miércoles, 12 de noviembre de 2014

Llenar el mundo de amuletos

Pogorelsky, Melina y Alejandro, Rocío. ¡Nada de mascotas! Buenos Aires: Edelvives, 2012.

     Agua, fuego, tierra y aire (o el blanco, que vendría a ser su representación gráfica): los cuatro elementos reunidos en la tapa del libro. Mientras que la tierra y el aire funcionan a modo de marco, los dos primeros están coincidiendo en el encierro de una caja de cartón que un chico sostiene entre sus manos. Los tres orificios que la caja muestra en el frente (por donde se filtra el aire, claro) en combinación con el título del libro le sugieren al lector que el chico lleva allí dentro a un ser vivo. O su plural: elementos tan opuestos como el agua y el fuego (¡un ser vivo que produce fuego!) no pueden provenir de manera simultánea de un mismo cuerpo. Entonces, lo poco que deja ver el dibujo de tapa está negando lo que el título anuncia: “¡Nada de mascotas!”. Una contradicción ideal entre imagen y texto para iniciar un libro álbum.
     ¿Qué características definen a una mascota? Aunque la primera acepción que la Real Academia Española propone sea: “Persona, animal o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte”, la más cercana al uso común de los hablantes de la lengua es la segunda: “Animal de compañía”.
     En principio, se puede pensar el término en relación con lo que puede ser domesticado, adaptado a la forma de vida del hombre. Siguiendo esta idea de “mascota”, nos vamos a encontrar con una nueva contradicción a lo largo del libro (que, en suma, puede revertir la contradicción inicial, y en este caso todo terminaría siendo una cuestión puramente conceptual): el primer ser vivo que es adoptado como mascota está, por su condición de cetáceo, eliminado del catálogo de potenciales mascotas y el segundo no solo no es ni de cerca domesticable, sino que ni siquiera existe en el mundo real. ¿Cómo reproducir su contexto natural de inmensidad –sea real o ficticio– en un hogar humano? Un gran desafío para la imaginación de un chico y para la capacidad de adaptación de las “mascotas”.
     Una ballena y un dragón. ¿Mascotas? Seres imposibles. Seres opuestos en lo sustancial, cuya convivencia es en teoría impensable. Litros y litros de agua, humareda y fogata. Pero se caen bien y los dos están contentos, aunque el agua y el fuego y su problemática natural para practicar la dialéctica traen sus complicaciones...
     Y si bien la madre le había insistido al hijo con la prohibición de incrementar el número de mascotas que habitaban en la casa, “Donde comen dos, comen tres”, dice el refrán. Siempre que aprendan a ser tolerantes con el menú y a comer la misma comida, ¿no? En este sentido, en el final de la historia la figura de la madre adquiere un espesor fundamental no solo para lo particular del libro, sino para la literatura infantil en su totalidad. Porque se produce una llamativa inversión: la madre se vuelve niña y el niño asume el rol de adulto que quedó vacante, desde el cual se apropia del imperativo y de la voz de la razón para escribir con su propia letra el punto final del párrafo de las mascotas o los talismanes. 

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